Tenía 10 años cuando jugaba en la casa de Richy “The Legend of Zelda: A link to the past”. Teníamos una competencia con Carlos y Gato por quién se terminaba primero el juego y yo estaba súper emocionado por demostrar que era más fan que ellos. Una tarde de verano en la calurosa Piura mientras nuestro amor platónico de aquella época se bañaba en la piscina con un bikini blanco transparente, mientras Richy me decía que apague el SNES para ir a verla, mientras Carlos y Gato sufrían porque su juego se había borrado y tenían que volver a empezar, de pronto todos los sonidos solo eran ecos y yo sentado frente a latv tenía mi encuentro final con Ganon. Una flecha dorada directo al corazón y por primera vez termino un Zelda. No puedo explicar lo que sentí ese día, ni siquiera quise ir a la piscina para alimentar mi perversión, aunque probablemente lo hice de todas formas, de pronto mi vida cambió.
Pasaron pocos meses cuando me enteré que Diego, que vivía en el mismo edificio que yo, tenía el Zelda original, The fucking Legend of Zelda. Lo jugué en su jato, lo pedí prestado, pasé horas y horas jugando el que hasta el día de hoy me parece el Zelda más difícil. y por fin lo terminé, solo conozco a un par de personas que han logrado esa hazaña. Luego con Jose, igual de fanático de Zelda y recientemente renegando (para variar) porque a Mario le hacen cosas pajas cuando cumple años y a Link no le dan la pelota suficiente, jugamos el Ocarina of Time (si, ese fotolog es mio). Los gráficos habían cambiado, la forma de juego había cambiado, nosotros habíamos cambiado (más nerds que nunca por cierto), pero la esencia era la misma, había algo en ese juego que no me dejaba dejar de jugarlo ni siquiera en mis sueños (en serio). En ese momento no lo sabía, pero ahora pensando en el pasado me doy cuenta, toda esa emoción solo podía significar una cosa, estaba enamorado de ese juego.
Hoy Zelda cumple 25 años y le dedico este post con mucho amor porque quiera o no quiera (y si quiero) es parte de mi vida.