domingo, 14 de febrero de 2010

La bella dama sin piedad

¡Oh caballero! ¿Qué te aqueja,
vagando solo y pálido?
Marchitóse en el lago la hierba
y no cantan los pájaros.

¡Oh caballero! ¿Qué te aqueja,
tan hosco y dolorido?
Colmado está el granero de la ardilla
y la cosecha en casa.

Veo un lirio en tu frente
con relente de angustia y rocío de fiebre.
y, enferma, en tus mejillas una rosa
que pronto ha de secarse.

Hallé una dama en los prados,
-hija de un hada- muy hermosa.
Era largo su pelo y era veloz su pie
y su mirar salvaje.

Le tejí una guirnalda, que puse en su cabeza
le tejí brazaletes y ceñidor fragante,
en mí fijó sus ojos, como una enamorada,
y gimió dulcemente.

En mi manso corcel la senté entonces
y no ví ya otra cosa en todo el día,
pues se inclinaba, entonando
una canción de hadas.

Encontró para mí raíces exquisitas
y miel silvestre y maná de rocío.
y en una extraña lengua me dijo muy segura.
"¡De verdad que te quiero!"

A su gruta de elfos me condujo
y allí echóse a llorar y dio un suspiro,
y allí con besos le cerré los ojos
tan salvajes y tristes.

Y allí me durmió ella con sus leves canciones
y allí soñé, ¡qué desventura!
Tuve el último sueño que soñara
en la ladera fría.

Vi a reyes pálidos y a príncipes,
a pálidos guerreros con palidez de muerte,
y clamaban: "¡La dama sin entrañas
te tiene ya cautivo!"

Vi en las tinieblas sus hambrientos labios,
para darme el aviso terrible, muy abiertos:
y me hallé al despertar,
en la ladera fría.

He aquí por qué vivo
vagando en estas tierras solo y pálido,
aunque en el lago seca esté la hierba
y no canten los pájaros.

John Keats

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