Caminaba solo de regreso a mi casa luego de nuestra primera pelea, luego de la primera jugada de mi cerebro. El dolor de cabeza se sentía como martillazos de adentro hacía afuera, las personas a mi alrededor se aplastaban con cada golpe y se levantaban con una sonrisa; todo parecía estar bien para el mundo, como suele pasar cuando las cosas no están bien contigo. De repente sentía frío, de repente no, no lo recuerdo, pero a pesar de mi paso acelerado nunca entre en calor; lo menciono por lo extraño que me pareció el asunto, mi cuerpo no suele comportarse de esa forma ni en pleno invierno.
No has cambiado nada, tienes la razón, ¿por qué sigues pensando en eso?; y yo solo quería que las voces se quedaran en silencio para poder eliminar los martillazos. Todavía me pregunto si es que voy a tener que aprender a vivir con este dolor o si mi cabeza de pronto explotará, aunque más que una explosión imagino que va a ceder como un cristal que se rompe en millones de pedazos. Nadie tiene la razón, ¿por qué sigues pensando en eso?
Decidí caminar hasta el siguiente paradero, si mi cabeza iba a explotar que sea en mi cuarto. Vi el reloj y me cantó 11:10, lo miré fijamente por un buen rato, por un minuto eterno, nunca cambió. Hace poco había leído que 11:11 era un número especial, leí muchas cosas, pero me quedé con “las personas que ven repetidamente este número, están preparadas para un plano más elevado de la existencia”; 11:10 y no cambia, sentí que había retrocedido una eternidad, a nivel cavernícola, cola. Nunca cambió.
Subí a un micro semi vacío, lleno de gente sonriendo. El cobrador dejó de reír solo para cobrarme el pasaje, luego la fiesta volvió. Vi la hora en el micro, 11:10, creo que nunca podré salir de este minuto pensé y decidí escribir sobre ti, sobre mi, sobre aquellos tiempos lejanos donde nos mirábamos y no sabíamos nada, pero queríamos todo; sobre esta eternidad a la que me condenó este maldito minuto; sobre ti, quería escribir mucho sobre ti. Abrí mi agenda y ahí estabas tú, me mirabas y sonreías, te sonreí y todas las voces se callaron. Creo que por un minuto (si) el brazo se cansó de martillar. Fui a la última página de mi libreta siguiendo tu consejo, pero solo encontré silencio, mentira, encontré un grito; peor que página en blanco, un pedazo de lo que eras tú. 11:12.
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